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La falsa colección de arte soviético con la que engañaron a museos y coleccionistas de todo el mundo

La falsa colección de arte soviético con la que engañaron a museos y coleccionistas de todo el mundo

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El experto en arte británico James Butterwick examina un lienzo supuestamente de El Lissitzky, vendido por la galería Orlando de Zurich.

Para los amantes de uno de los capítulos más innovadores y experimentales de la historia del arte, fue algo revolucionario.

Una colección de cientos de obras maestras hasta entonces desconocidas de las principales figuras de la vanguardia soviética inesperadamente apareció ante el público a mediados de la década de los 2000.

Algunas de las pinturas de la Colección Zaks -llamada así por el apellido de su propietario- se vendieron por cientos de miles de francos suizos.

Hasta hace poco, varias de ellas se exhibían en importantes museos estadounidenses y europeos, y otra apareció en dos películas de Hollywood ganadoras del Oscar.

Pero un pequeño grupo de expertos había comenzado a sospechar que las pinturas podrían no pertenecer a los artistas a quienes se atribuyen y que la historia detrás de la colección quizá no era más que una farsa.

El servicio ruso de la BBC se propuso encontrar al misterioso propietario de la colección y descubrió una historia de codicia, vanidad y engaño que puede haber proyectado una sombra duradera sobre un período único de experimentación artística.

Del campo en Bielorrusia a las salas de subastas de Suiza

A principios de la década de los 2000, apareció en Minsk un desconocido coleccionista de arte privado con un sorprendente anuncio: había descubierto una enorme colección de pinturas de la vanguardia rusa y quería exhibirlas en Bielorrusia.

En la colección había más de 200 lienzos, con obras de los grandes maestros del breve pero explosivo experimento de la Unión Soviética en el arte moderno: Kazimir Malevich, Alexander Rodchenko, Vladimir Tatlin, Natalia Goncharova, Liubov Popova, Alexandra Exter, Ivan Kliun o Robert Falk, entre otros.

El misterioso propietario era un emigrado soviético, Leonid Zaks, ahora ciudadano de Israel.

Aseguró que sus familiares habían reunido esta colección única al recibir algunas de las obras maestras como obsequio de campesinos bielorrusos y comprando el resto en tiendas de anticuarios estatales en Moscú o Minsk en la década de 1950.

La burocracia cultural bielorrusa acogió con entusiasmo la historia y organizó varias exposiciones.

“Se trata de obras únicas que irradian calidez, bondad e inmediatez. Le agradecemos mucho que las haya conservado para nosotros y las generaciones futuras”, declaró el viceministro de Cultura del país como agradecimiento a Zaks.

Pero a los historiadores del arte les preocupaba la forma decidida con la que Zaks trataba de evitar el Museo Nacional de Arte de Bielorrusia, así como las inexactitudes históricas en las entrevistas que concedía y la calidad de las pinturas en sí.

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“Ciudad italiana junto al mar”: una pintura de la colección Zaks atribuida a la artista de vanguardia ucraniana Alexandra Exter. Actualmente está en el Instituto de Arte de Minneapolis.

“Esta historia es para personas que están completamente fuera de la realidad aquí”, dijo Alexander Lisov, un historiador de la ciudad de Vitebsk, donde se dice que se adquirieron algunas de las pinturas.

A Lisov le llamó la atención un detalle: el catálogo de una de las exposiciones en Bielorrusia indicaba que la autenticidad de las obras había sido confirmada por “N. Selezneva” del Museo Ruso de San Petersburgo. Pero nadie con ese nombre había trabajado nunca en ese museo.

Después de esto, no hubo más exposiciones en Bielorrusia y se eliminó de Wikipedia un artículo sobre la Colección Zaks. Pero esto no detuvo al coleccionista, que simplemente decidió operar en otro lugar.

Las muestras continuaron en la galería privada Orlando de Zúrich.

Entre 2007 y 2014 se realizaron allí al menos cinco exposiciones importantes de la Colección Zaks. Al ser una galería comercial, los cuadros expuestos estaban a la venta.

La mayoría fueron compradas por coleccionistas privados, a veces por cientos de miles de francos suizos.

A una familia en particular, estas adquisiciones le trajeron graves disgustos.

La coleccionista incauta

Cuando el legendario coleccionista de arte de Zúrich Rudolf Blum perdió la vista en 2005, su esposa Leonor se hizo cargo del negocio.

Empezó a comprar activamente decenas de cuadros por millones de francos suizos en la galería de Orlando confiando en su propietaria, Susanne Orlando

Entre los lienzos se encontraban obras de artistas de vanguardia de primer nivel: Lissitzky, Rodchenko, Popova, Tatlin y Exter. Por uno de los Lissitzky pagó 400.000 francos suizos y medio millón por otro (US$440.000 y US$550.000 al cambio actual), así como otros 400.000 por un cuadro de Liubov Popova.

“Mi madre quería demostrar que entendía la pintura tan bien como mi padre y confiaba en Susanne Orlando”, recuerda Beatrice Gimpel McNally, hija de los Blum. “Mi padre empezó a sospechar que algo andaba mal, pero ¿qué podía hacer?”

Cuando Leonor empezó a comprar los cuadros, ya le habían diagnosticado demencia vascular. Y cuando su hija Beatrice le expresó sus dudas, ella se indignó y ofendió. Los cuadros dañaron irreparablemente su relación.

Las sospechas de Beatriz se confirmaron: tras la muerte de sus padres, los tasadores consideraron que las pinturas de la colección Zaks no tenían ningún valor.

Las casas de subastas de Londres los rechazaron, aunque una de ellas le sugirió contactar con James Butterwick, un marchante británico conocedor del arte de vanguardia ruso y ucraniano.

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“El relojero”: la pintura se vendió como obra de Ivan Kliun y data de 1914. Apareció en dos éxitos de taquilla de Hollywood el año pasado, incluido el ganador del Oscar “Oppenheimer”.

Auge de precios y falsificaciones

La galería Mayfair de James Butterwick se especializó en arte “ruso y ucraniano” hasta 2022, cuando cambió su cartel a simplemente “ucraniano”. El tipo de arte seguía siendo prácticamente el mismo.

“Vanguardia rusa” era el nombre que se solía dar a las obras creadas a principios del siglo XX por artistas de diferentes lugares, desde Vitebsk en Bielorrusia y Kiyv en Ucrania hasta Moscú y San Petersburgo. Incluía movimientos como el suprematismo, el constructivismo, el rayonismo o el cubofuturismo.

Desde la invasión rusa de Ucrania, mucha gente prefiere utilizar los términos arte de vanguardia “soviética” y “ucraniana”.

La fascinación de Butterwick por la vanguardia soviética comenzó como estudiante de intercambio en la URSS y culminó con su traslado a Moscú en 1994, en un trayecto de tres días en su Citroën BX con el volante a la derecha haciendo escalas en Hannover, Poznan y Minsk.

Con la desaparición de la economía planificada soviética, el mercado del arte surgió de la clandestinidad e inmediatamente lo invadió una ola de falsificaciones en la década de 1990.

Todo cambió en los años 2000, cuando el capital ruso se expandió por el mundo. En diciembre de 2004 se presentaron más de mil pinturas de maestros de Rusia en solo dos subastas en Londres. La mayoría fueron compradas por rusos.

Los expertos dijeron que el aumento de los precios de las obras de estos artistas reflejaba “la alta demanda en Rusia y la fortaleza de la economía rusa”.

Al poco tiempo la vanguardia tomó la delantera, desplazando a la pintura académica, y el interés por artistas como Ivan Shishkin e Ivan Aivazovsky dio paso a un auge de los lienzos de Malevich y Kandinsky.

“La burguesía rusa, a medida que crecía el ritmo de acumulación de capital, comenzó a disfrazarse de cosmopolita”, recuerda Mikhail Kamensky, historiador de arte y curador, ex director de Sotheby’s en Rusia y subdirector del Museo Pushkin de Moscú.

Cuadros y documentos falsos

En noviembre de 2008, en lo más profundo de la crisis económica mundial, la “Composición suprematista” de Malevich se adjudicó en una subasta en Nueva York por US$60 millones, una suma récord para el arte ruso. Diez años después, el mismo cuadro se vendería por US$86 millones.

Este aumento de precios hizo surgir una industria para la producción y el mantenimiento de colecciones enteras de falsificaciones. Redadas policiales en Europa comenzaron a descubrir almacenes con cientos y, a veces, miles de pinturas de origen inexplicable.

Butterwick recuerda cómo una vez, en Moscú, un conocido lo llevó en su enorme jeep.

“El jeep estaba lleno de decenas de obras que, a mi entender, parecían completamente falsas. Le pregunté al respecto y me mostró varios certificados de autenticidad de varios de los ahora ex curadores de la galería Tretyakov. Y entonces me di cuenta de que había un problema importante”, comentó.

Se percató de que cada vez más pinturas sospechosas que le mostraban sus clientes iban acompañadas de artículos académicos y certificaciones de expertos en la materia.

Las obras sobre las que Beatrice Gimpel McNally pidió consejo a Butterwick. adquiridas en la Galería Orlando, adjuntaban unos documentos similares.

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La galería Orlando en el centro de Zúrich, Suiza. Su propietario vendió cuadros de la Colección Zaks a Leonor Blum, la madre de Beatrice Gimpel McNally.

Entre ellos había opiniones de expertos de InCoRM, la Cámara Internacional del Modernismo Ruso que se presenta como una asociación de investigadores rusos de vanguardia, junto con artículos de la historiadora del arte bielorrusa Tatiana Kotovich y un investigador del Museo Ruso, Anton Uspensky.

La galería Orlando aportó traducciones a la familia Blum para confirmar la autenticidad de las pinturas.

Butterwick decidió profundizar más y se puso en contacto con dos de sus colegas: el curador ucraniano Konstantin Akinsha y el coleccionista de arte de San Petersburgo Andrei Vassiliev.

Akinsha había escrito en 1996 un artículo titulado “Fake” para la revista ARTnews de Nueva York, en el que revelaba la venta por error de decenas de pinturas en subastas europeas como obras maestras de vanguardia. Fue la primera investigación que mostró la magnitud del problema al que se enfrenta el mercado del arte ruso. Su trabajo hizo que el Museo Ludwig de Colonia reconociera que muchas de sus posesiones rusas y ucranianas eran falsificaciones.

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El experto ucraniano en arte de vanguardia soviético Konstantin Akinsha ha escrito extensamente sobre la prevalencia de falsificaciones en el mercado y en colecciones públicas y privadas.

Vassiliev es el autor del libro “Trabajando con falsificaciones”, que trata sobre un retrato de Elizaveta Yakovleva, una conocida escenógrafa soviética. Este se exhibió como una obra previamente desconocida de Kazimir Malevich en la Tate Gallery de Reino Unido, en el centro de exposiciones VDNKh de Moscú y en varios museos europeos. Se puso a la venta por 22 millones de euros (unos US$23,83 millones). Vassiliev demostró, con sus investigaciones, que en realidad era obra de una artista olvidada de Leningrado, Maria Dzhagupova, y se había vendido por primera vez a un precio de 14 rublos y 40 kopeks.

Comprobar la autenticidad de una obra

La autenticidad de las pinturas se determina tradicionalmente sobre tres bases: opiniones de expertos, análisis técnico y su procedencia; en otras palabras, su historial.

Según Zaks, el fundador de la colección fue su abuelo, Zalman Zaks, un comerciante y zapatero de Yekaterinoslav (actual Dnipro, en Ucrania). Zalman supuestamente se interesó por el arte radical y empezó a comprar cuadros.

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Una postal de la galerista Susanne Orlando para Leonor Blum en la que se lee: “Estimada señora Blum, le prometemos que recibirá una interesante revista con un artículo sobre la Colección Zaks escrito por Anton Uspensky, curador del Museo Ruso de San Petersburgo. Saludos cordiales, S. Orlando”.

Continuó el negocio su hija Anna, que sirvió como médica militar y al final de la Segunda Guerra Mundial atendía a pacientes en las ciudades bielorrusas de Lepiel, Chashniki y Usachi. Los campesinos agradecidos, recién liberados de los alemanes, le habrían llevado obras de El Lissitzky y Alexandra Exter como pago por sus servicios.

La historia continúa con el hermano de Anna, Moses, a quien declararon desaparecido en combate durante la Segunda Guerra Mundial y luego resurgió en el Moscú de los años 50 como un hombre de negocios estadounidense. En aquel momento se decía que el Ministerio del Interior organizaba seminarios que condenaban el “arte formalista”, tras los cuales las obras de los artistas de vanguardia eran entregadas a anticuarios estatales para su venta.

Moses Zaks, según la leyenda familiar, compró varias docenas de obras maestras de este tipo entre 1955 y 1956 y las exportó todas a Europa. Allí habrían permanecido hasta los años 1990, cuando los heredó su sobrino, Leonid Zaks, que trabajaba en la industria petrolera de Moscú.

Para demostrar su historia, Zaks mostró a los compradores una carta del Museo Nacional de Historia y Cultura de Bielorrusia fechada en 2008 que contaba toda la historia en detalle, pero con graves contradicciones y extraños errores.

En esta versión, el tío Moses desaparece de la historia y es la tía Anna la principal coleccionista de cuadros. Y en lugar del Ministerio del Interior en Moscú, se dice que los seminarios antiformalistas se llevaron a cabo en el “Comité de la ciudad de Minsk del Partido Comunista de la Unión Soviética”.

Cuando Andrei Vassiliev escribió al Museo Nacional de Historia y Cultura de Bielorrusia, este respondió que “no se ha encontrado tal carta en los archivos del museo”.

“Así que, se mire como se mire, la carta es falsa”, asegura Vassiliev.

Pero los detectives de arte no se detuvieron ahí. Realizaron investigaciones en archivos rusos y bielorrusos y enviaron decenas de solicitudes a museos en un intento de verificar los hechos clave de la historia de Zaks.

El Ministerio del Interior de Rusia respondió que nunca se habían celebrado eventos de este tipo en su club; para empezar, había sido cerrado en 1949 y no volvió a abrir hasta 1966. En cuanto al Ministerio de Exteriores, respondieron diciendo que habían revisado su archivo y no habían encontrado ninguna mención de la entrada al país de Moses Zaks durante los años en cuestión.

“Hemos comprobado la procedencia de toda la colección Zaks y nada se sostiene”, asevera Akinsha.

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Una escena de la película “Oppenheimer” en la que aparece la supuesta obra maestra de Kliun de la Colección Zaks.

En museos y películas de Hollywood

Dos cuadros de la Colección Zaks se encuentran en el Instituto de Arte de Minneapolis. Uno, titulado “El relojero”, supuestamente es de Ivan Kliun, y el otro es de la artista ucraniana Alexandra Exter.

“El Relojero” apareció en dos de las películas más exitosas del año pasado: “Oppenheimer” de Christopher Nolan y “La maravillosa historia de Henry Sugar”, dirigida por Wes Anderson, ambas ganadoras de premios Oscar.

Nos pusimos en contacto con el Instituto de Arte de Minneapolis para verificar la procedencia de la Colección Zaks. El museo prometió realizar su propia investigación.

Poco después de nuestra carta, la pintura fue retirada de la exhibición. Y en el sitio web del museo la descripción ha cambiado y ahora sólo dice que se “atribuye” a Ivan Kliun.

Otro lienzo más de la Colección Zaks, que se cree que fue pintado por la vanguardista ucraniana Alexandra Exter, se conserva en el Museo de Arte de Cleveland. Los curadores del museo se interesaron por el resultado de la investigación de la BBC, pero declinaron hacer comentarios.

Encontramos otra obra de la colección, también atribuida a Exter y titulada “Génova” en la mundialmente famosa Galería Albertina de Viena. Representantes del museo indicaron a la BBC que habían realizado sus propios chequeos sobre la pintura y que no estaba en exhibición.

Como una TV de pantalla plana en el siglo XVIII

Beatrice prestó a la BBC dos de las pinturas de la Colección Zaks que aún conserva: un “Proun” de El Lissitzky (el nombre es un acrónimo del título de la serie rusa “Project for Affirmation of the New”) y “Painterly Architectonics” de Liubov Popova.

Transportamos los lienzos desde Zurich al laboratorio Art Discovery de Londres, donde Jilleen Nadolny, una científica líder en el campo del análisis técnico de obras que destapó decenas de falsificaciones de la vanguardia rusa, aceptó verlos.

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Jilleen Nadolny, una destacada experta en el análisis técnico del arte, examina el supuesto cuadro de El Lissitzky, propiedad de Beatrice Gimpel, que considera falso.

Su análisis reveló fibras incrustadas en la pintura del cuadro de El Lissitzky. Había sido tratado con sustancias que solo estuvieron ampliamente disponibles después de la Segunda Guerra Mundial, y Lissitzky murió en 1941.

“Es como mirar algo que debería haber sido del siglo XVIII y hay un televisor de pantalla plana al fondo. No es posible. No puedes tenerlo. No funciona”, concluye Nadolny.

La pintura es una falsificación, escribió, y llegó al mismo veredicto sobre el supuesto Popova.

“Confió en su palabra”

Mientras los expertos examinaban las pinturas y estudiaban su procedencia, nosotros buscamos a quienes habían ayudado a Zaks a legitimar su colección y escrito los artículos académicos que la galería de Orlando entregó a los padres de Beatrice para convencerlos de la autenticidad de las pinturas.

El único historiador de arte vivo conocido que ha hablado positivamente sobre la Colección Zaks es Anton Uspensky, investigador principal del Museo Ruso de San Petersburgo. Publicó tres artículos en publicaciones importantes.

Estos giran en torno a la supuesta serie de seminarios contra el “formalismo”, como menciona la leyenda de la familia Zaks. Pero en una conversación con la BBC, Uspensky reconoció no haber comprobado nunca lo que Zaks le dijo y solo confió en su palabra.

“Son recuerdos familiares que de ninguna manera han sido confirmados ni registrados en ninguna parte”, dijo.

Sin embargo, Uspensky afirma que no confirmó la autenticidad de las pinturas y que, de hecho, no había visto ni una sola de ellas, solo fotografías, y no sabía que se utilizaba su nombre para ayudar a venderlas.

Uspensky también afirmó en sus artículos que el Kunstmuseum de Basilea había comprado el Lissitzky “Proun” de la colección Zaks, algo que no es verdad.

“Después de una intensa inspección de nuestros archivos, no hemos encontrado ningún rastro de la familia Zaks ni de obras relacionadas con ellos en particular”, nos dijo el jefe del departamento de investigación. Los tres “Prouns” que se conservan en el Kunstmuseum Basel provienen de otras colecciones.

La historiadora del arte de Vitebsk, Tatiana Kotovich, también escribió extensamente y elogió la colección Zaks. La BBC le preguntó sobre el papel de sus artículos en la venta de las pinturas.

“Es una novedad para mí, de lo que estás hablando, del uso de mi nombre”, respondió. Y agregó: “en ninguna parte dice que yo garantice que se trata de este artista”.

Kotovich escribió que “Zaks colabora fructíferamente con destacados expertos”, y citó a miembros de la asociación InCoRM de expertos en vanguardia rusa, que habían emitido certificados para muchas de las obras de la colección vendida por la galería de Orlando.

Poco después, InCoRM fue objeto de polémica cuando se descubrieron certificados de sus miembros en falsificaciones de arte de vanguardia ruso en casos judiciales de alto perfil en Alemania y Bélgica.

Patricia Railing, fundadora de InCoRM, explicó a la BBC que la organización se había disuelto tras las críticas: “con todas estas acusaciones de falsificaciones y calumnias, nadie quería involucrarse”.

Las respuestas de Zaks

Todo este tiempo intentamos hablar con el propio Leonid Zaks. Le escribimos y llamamos a todas las direcciones y números de teléfono posibles. Su hija le envió nuestra solicitud, pero Zaks no respondió.

Sin embargo, dos semanas antes de la publicación de nuestra historia, se puso en contacto con nosotros y aceptó una entrevista telefónica.

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Leonid Zaks se mostró esquivo cuando le preguntamos sobre la colección de arte que lleva el nombre de su familia.

¿Qué estaba pasando con el resto de la colección que no había logrado vender y dónde estaba ahora? Zaks se mostró esquivo.

“Preferiría no entrar en detalles. ¿Dónde está? Me gustaría evitar esta y otras preguntas, incluidas las preguntas sobre dinero. La colección está guardada en un almacén europeo”.

Negó cualquier responsabilidad sobre las pinturas vendidas en el mercado europeo: “he estado separado de esos cuadros desde el momento en que salieron de la galería de Orlando. ¡No creo que me deban hacer esas preguntas!”

Una y otra vez repitió: “Yo no vendí nada”.

Le pedimos que hablara sobre la procedencia de la colección. ¿Qué evidencias podría ofrecer sobre los campesinos que repartían obras de arte modernistas en 1944-45?

“¿Qué tipo de pruebas quiere? ¿Tiene alguna idea de cómo era la situación después de la guerra?”, respondió Zaks.

Sobre los inexistentes seminarios de formalismo en el Ministerio del Interior de Moscú, simplemente aludió a lo que supuestamente le había dicho un historiador del arte ya fallecido.

En respuesta a las conclusiones de los expertos con los que habíamos contactado, Zaks aseguró que fue su madre – “una persona muy honesta”- quien había escrito la historia de la colección. Y añadió: “Bueno, ¿en quién debería confiar, en un grupo de extraños o en mi propia madre?”.

Noté que la historia de su madre no cambiaba la naturaleza de su narrativa: es una tradición familiar.

Zaks respondió: “Lo que está escrito no es una leyenda, es un hecho. Quizás un hecho incorrecto, pero no solo una leyenda o una historia”.

A Zaks le sorprendieron menos nuestras preguntas sobre la falsificación y la procedencia inventada, y más las sumas que los padres de Beatrice habían pagado por las obras de su colección. Declaró que las obras no podían valer 400.000 francos suizos y calificó las sumas de “estupideces”.

Nunca vi tanto dinero de la galería de Orlando“, dijo.

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Beatrice Gimpel McNally, cuyo padre Rudolf Blum fue un legendario coleccionista de arte de Zúrich y cuya madre, Leonor, compró numerosos cuadros, entre ellos los de la Colección Zaks.

A Zaks también le molestó que Uspensky no defendiera la colección y que el historiador de arte dijera que no había visto las pinturas ni participado en su venta.

“Uspensky estuvo en la galería de Orlando; y más de una vez, por cierto. Vio qué tipo de galería era y cómo funcionaba. Sabía que era una galería comercial, una especie de tienda”, insistió Zaks.

“Destruyendo nuestro propio pasado”

Al final de nuestra conversación, le pregunté a Zaks si quería pedirle perdón a Beatrice Gimpel McNally.

“No puedo disculparme, pero sí empatizar con ella. No hay nada por lo que disculparse“, respondió.

Los coleccionistas de arte defraudados rara vez obtienen la solidaridad de los historiadores del arte o del público en general. Después de todo, suelen ser personas muy ricas a quienes les sobra el dinero.

Pero en el caso de Malevich, Lissitzky, Exter, Popova, Goncharova y otros maestros de la vanguardia ya no se trata sólo de las pérdidas financieras sufridas por compradores privados, sino de la amenaza a todo el legado de los artistas.

“Hay muchas más falsificaciones que obras auténticas“, afirma Andrey Vassiliev.

“La historia de la Colección Zaks muestra con qué facilidad pinturas dudosas con historias inventadas pueden llegar a los principales museos del mundo. Allí son vistas por cientos de miles de personas, se imprimen en las páginas de los libros de texto y con ellas crece una nueva generación de historiadores del arte”.

La prevalencia de falsificaciones es lo que motiva a Akinsha, Vassiliev y Butterwick a contraatacar. Pero a veces incluso ellos se desesperan y admiten que el resultado de la batalla ya se sabe de antemano.

“Con la ayuda de muchos historiadores del arte que se hacen pasar por académicos y reparten generosamente certificados de autenticidad para obras cuestionables, la vanguardia soviética se ha convertido en un gigantesco salón de espejos”, afirma Akinsha.

Aunque hubo muchas pérdidas, las creaciones de los innovadores radicales de su época (artistas rusos, ucranianos y judíos) han logrado sobrevivir a las calamidades del régimen soviético, la Segunda Guerra Mundial y el Telón de Acero.

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Detalle de la supuesta pintura de El Lissitzky comprada por la madre de Beatrice Gimpel McNally, y que la investigación de la BBC sobre arte soviético de vanguardia demostró que era falsa.

Las décadas de auge en el mercado y la ola de falsificaciones que provocaron amenazan ahora con enterrar este legado bajo una montaña de falsificaciones.

La pérdida resuena mucho más allá del mundo del arte y de la selecta clase de coleccionistas adinerados, afirma la especialista Jilleen Nadolny.

“Es cuestión de los intereses de la sociedad en su conjunto. El dinero de los contribuyentes se destina a la adquisición de objetos expuestos en los museos. Los estudiantes vienen a las conferencias esperando aprender sobre artículos auténticos de un determinado período y cultura”, alega.

“Se ha causado tanto daño que ya no tiene nada que ver con las vidas de los ricos. Y, si permitimos que esto suceda, estamos destruyendo nuestro propio pasado”.

La galería Orlando no respondió a las consultas de la BBC.

Jilleen Nadolny murió a finales de 2023.

En colaboración con Tatiana Preobrazhenskaya y Tatsiana Yanutsevich.

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