Qué fue de las 276 niñas secuestradas por Boko Haram hace una década
Qué fue de las 276 niñas secuestradas por Boko Haram hace una década
Tuvimos que reunirnos en secreto con Lisu* porque, según ella, las autoridades nigerianas están tratando de impedir que hable con los periodistas.
Ella fue una de las 276 niñas secuestradas en su escuela en la ciudad de Chibok hace exactamente una década.
Fue un secuestro que conmocionó al mundo y desató la campaña global #BringBackOurGirls (Traigamos de vuelta a nuestras niñas) a la que se sumó la entonces primera dama de Estados Unidos, Michele Obama.
Desde entonces, más de 180 rehenes han escapado o han sido liberadas, incluida Lisu, quien dio a luz a dos bebés mientras era rehén del grupo militante islamista Boko Haram y vivía en un campamento en el bosque de Sambisa.
Después de escapar, Lisu pasó por el programa de rehabilitación del gobierno, antes de ser ubicada en un alojamiento grupal con otras chicas que escaparon.
“Lamento haber regresado”, dice mientras arrastra los pies en su asiento.
Pero ese no es exactamente el mensaje que las autoridades esperan que se difunda. El gobierno del estado de Borno ha negado haber limitado la libertad de expresión de las ex cautivas.
Peor que antes
Lisu siente que la forma en que la tratan ahora es peor que lo que vivió antes.
“A veces lloro cuando lo recuerdo, me pregunto: ‘¿Por qué dejé Sambisa para regresar a Nigeria, sólo para enfrentar un trato tan degradante y ser insultada casi a diario?’ Nunca experimenté tal dolor mientras estuve en Sambisa”.
Lisu dice que apenas sobrevive bajo la protección del Estado. Las provisiones básicas como comida y jabón no son suficientes, sus movimientos son vigilados y restringidos por guardias de seguridad y ha sido objeto de abuso verbal por parte del personal del hogar comunal.
“Nos gritan todo el tiempo. Estoy profundamente descontenta”, afirma. “Tenía más libertad en el campo de Boko Haram que aquí”.
Se trata de una descripción que el gobierno del estado de Borno dijo no reconocer. En una declaración a la BBC, aseguró que no había restricciones a los movimientos de las jóvenes bajo su cuidado, excepto cuando había cuestiones de su seguridad personal.
Las autoridades también dijeron que estaban proporcionando suficiente comida y nutrición a las ex cautivas y a sus hijos.
Aunque las experiencias de quienes huyeron o fueron liberadas son variadas, y todas se encuentran en diferentes etapas de rehabilitación, entre aquellas con las que hablamos surgió el tema de que las promesas que se les habían hecho a lo largo de los años se habían incumplido.
En 2016, Amina Ali se convirtió en la primera de las cautivas de Chibok en escapar. Ella también está insatisfecha con el trato recibido.
La última vez que vio el enorme campus escolar que ahora se encuentra frente a ella, estaba en llamas: fue la noche del 14 de abril de 2014.
“Vaya, esta escuela todavía existe”, dice en voz baja, mirando los edificios de color crema recién renovados. “Después de todo lo que nos pasó, todavía está aquí”.
“Solíamos sentarnos debajo de ese árbol”, continúa, señalando un árbol alto y estéril en la esquina del complejo.
Ella mira a su alrededor y nota todos los cambios.
La escuela aún existe
El césped está muy crecido y las baldosas de las aceras son nuevas. La puerta principal de color óxido fue retirada y los dormitorios ya no existen. Cuando se reconstruyeron las instalaciones, se reabrieron como escuela diurna en 2021.
Si bien los cambios estéticos en la escuela son significativos, de puertas para fuera poco ha cambiado en Chibok.
La inseguridad todavía abunda. Hombres armados de Boko Haram continúan atacando la zona. El último asalto ocurrió a finales del año pasado.
Las carreteras en mal estado están llenas de puestos de control y hay una fuerte presencia militar en la ciudad. La comunicación móvil es irregular, se ve una antena de telecomunicaciones tumbada junto a la carretera que, según un colega local, es probable que haya sido derribada por los militantes.
Después están las cicatrices emocionales.
Amina pasó dos años como rehén en Sambisa. Como muchas de las cautivas, fue obligada a “casarse” con un militante y a convertirse al Islam.
La vida en el bosque tenía una rutina; cocinar, limpiar, aprender el Corán, pero Amina nunca perdió la esperanza de escapar.
“Pensé que incluso si pasaba 10 años [como rehén], algún día escaparía”, dice.
Y un día lo hizo.
Le tomó semanas caminar a través de espesos matorrales con temperaturas sofocantes, poca comida y con su bebé de dos meses atado a su espalda, pero lo logró.
Sin embargo, más de 90 niñas siguen desaparecidas.
Su amiga Helen Nglada es una de ellas. Amina y Helen eran compañeras de clase. Ambas eran cantantes en la banda de la iglesia que dirigía Helen.
Después del secuestro, las dos se hicieron más cercanas en el bosque de Sambisa y pasaron juntas todo el tiempo que pudieron. La última conversación que Amina tuvo con Helen fue sobre Chibok y cuánto deseaban poder regresar allí.
La agonía causada por la continua ausencia de Helen está grabada en los rostros de sus padres, Saratu e Ibrahim, que están sentados frente a su modesta casa, cerca de la escuela.
Su madre agarra con fuerza dos fotografías de Helen y su hermana. Las chicas llevan trajes iguales y pañuelos en la cabeza, y tienen expresiones serias.
“Sólo desearía recuperar a mi amiga”, dice Amina, “para que podamos compartir la felicidad con ella”.
Saratu lucha por contener sus emociones.
“Cada vez que vienes a casa y te veo, mi mente vuelve a mi hija”, le dice a Amina.
Ella rompe a llorar y Amina le pone una mano en el hombro para consolarla.
“Sólo quiero que nuestro gobernador [estatal] haga algo y rescate a nuestras niñas”, dice Ibrahim en voz baja. “Debería esforzarse más para rescatar a las otras niñas”.
La fuga de Amina en 2016 estuvo acompañada de gran celebración y alivio.
Después de ser interrogada por los militares, se reunió con funcionarios del gobierno, incluido el entonces presidente Muhammadu Buhari, quien dijo que el curso de su vida cambiaría para mejor.
“[El presidente dijo] que nos cuidaría y nos enviaría a la escuela a nosotras y a nuestros hijos”, recuerda Amina.
“Porque no es culpa nuestra encontrarnos en esa situación y de los niños tampoco, ellos no saben nada. Son inocentes. Así que él se hará cargo de ellos”.
Promesas incumplidas
La vida hoy no se parece a lo que le prometieron.
Amina ahora vive en Yola, a unas cinco horas de Chibok por carretera, en una pequeña habitación con su hija. Comparten un baño al aire libre con una vecina y ella cocina con leña afuera.
El dinero es escaso.
Recibe 20.000 naira (US$15) al mes para cubrir los gastos diarios, pero nada para la educación de su hija, a pesar de las promesas del gobierno. Ella misma paga esa factura con el poco dinero que gana con la agricultura.
“Es difícil para mí cuidar de mi hija”, dice. “¿Qué puedo hacer? Tengo que hacerlo porque no tengo a nadie”.
Amina se encarga de la crianza de su hija mientras estudia en la Universidad Estadounidense de Nigeria (AUN), una institución privada y de élite.
La AUN es la única opción que se les dio a Amina y a las otras niñas de Chibok para reanudar sus estudios, pero muchas de ellas han tenido dificultades para mantenerse al día y algunas han abandonado los estudios.
“No elegimos AUN porque sabemos que los estándares escolares son difíciles para nosotras, las niñas venimos de entornos pobres”, dice. “El ex ministro nos obligó a venir a esta escuela”.
Las chicas dijeron que les hubiera gustado tener más autonomía para elegir en dónde estudiar y se preguntan si parte del dinero del gobierno gastado para cubrir las altas tarifas de la AUN podría haberse gastado mejor en apoyarlas directamente.
Amina ha asistido a AUN desde 2017, pero no está cerca de graduarse. Sólo una de las ex cautivas se ha graduado.
La ministra de Asuntos de la Mujer de Nigeria, Uju Kennedy-Ohanenye, dice que el gobierno ha estado pagando a la AUN aproximadamente US$350.000 al año por la educación de las niñas de Chibok durante los últimos seis años.
Es un acuerdo que, según ella, será revisado.
“No le pagaré a nadie esa cantidad de dinero. Incluso si lo incluyen en el presupuesto, no lo liberaré”, afirma.
“Hay que tener en cuenta a las niñas en primer lugar. La escuela es lo primero y más importante. Pero no se va a la escuela con el estómago vacío”.
Rakiya Gali es otra niña de Chibok: escapó de Boko Haram en 2017. Fue estudiante en la AUN, pero abandonó los estudios por problemas de salud.
Rakiya dice que no recibe ningún apoyo financiero y, al igual que Amina, paga la educación de su hijo con el dinero que gana de la agricultura, a pesar de las promesas del gobierno.
“El gobierno ha sido injusto con nosotros”, afirma con voz apasionada. “Sabían que fuimos al [bosque de Sambisa] y regresamos con niños. Si no pueden ayudarnos, ¿quién nos ayudará?”.
Además de la carga financiera, Rakiya vive con miedo, ya que su ciudad sigue siendo atacada por Boko Haram. Ella dice que los militantes recientemente quemaron la escuela de su hijo.
“Cada vez que escucho algún sonido, creo que es un disparo”, cuenta.
Rakiya quiere desesperadamente seguir adelante con su vida y asegurar la mejor educación posible para su hijo, pero la falta de apoyo hace que eso parezca imposible.
Tanto es así que cree que las niñas de Chibok que siguen como rehenes se quedarían con Boko Haram si pudieran ver cómo ella y las que escaparon viven fuera del campo.
“Cuando [las niñas] regresen, vivirán como nosotros en esta situación”, dice.
“Yo diría que es mejor quedarse [en el bosque de Sambisa] con el niño y que el padre le brinde apoyo, en lugar de pasar por este problema”.
Las condiciones que ella describe están muy lejos de las de uno de sus antiguos captores.
Muhammad Ali, un ex combatiente de Boko Haram que estuvo involucrado en el secuestro de Chibok, vive ahora en Maiduguri con su familia, incluidos ocho hijos.
Formó parte del grupo militante durante 13 años y ascendió al rango de comandante, “casándose” a la fuerza con una de las chicas de Chibok.
“Cuando me casé con ella, no sentí ninguna culpa”, afirma. “Pero cuando decidí rendirme, comencé a darme cuenta de lo horrible que debían haberse sentido al verse obligadas a hacer estas cosas”.
Al igual que miles de otros combatientes, Muhammad recibió amnistía y completó el programa de rehabilitación del gobierno estatal. Tiene una granja, pero también trabaja con el ejército para ayudar a rescatar a niñas secuestradas.
El año pasado formó parte de un grupo que rescató a algunas de las mismas personas que había ayudado a secuestrar.
“Estaban en un estado terrible cuando las encontramos”, dice. “Lloré al verlas”.
El programa de amnistía no está exento de controversia, y algunos dicen que ex militantes como Muhammad deberían cumplir penas de cárcel y rendir cuentas por sus numerosos crímenes.
“Lo único que puedo decir al respecto es pedir perdón”, responde Muhammad. “Estoy arrepentido, estoy buscando formas de apagar el fuego que iniciamos, y lo hago con los hombres con los que me entregué. Estamos haciendo todo lo posible para debilitar los efectos de la insurgencia”.
Pero la insurgencia continúa y los secuestros para pedir rescates se han generalizado aún más en Nigeria.
Mientras trabajaba en esta historia hubo tres secuestros separados en el noreste de Nigeria. Uno de estos ataques fue contra una escuela y fue el mayor de este tipo desde 2021.
Muhammad afirma que el “éxito” de los secuestros de Chibok ha fomentado este tipo de ataques.
“Nos dimos cuenta de que el acontecimiento sacudió a toda la nación y a África en su conjunto”, afirma.
“Y la misión principal de Boko Haram para [el líder del grupo] Abubakar Shekau era garantizar que nuestras actividades atrajeran la atención.
“También obtuvo dinero de algunas de estas acciones, que ayudaron a pagar el transporte y la comida, y por eso continuaron con los secuestros”.
Quedan serias dudas en torno al ejército de Nigeria y su capacidad para enfrentar la insurgencia que se ha extendido durante más de una década y ha dejado cientos de miles de personas muertas, particularmente a medida que la inseguridad se extiende a otras partes del país.
El general Christopher Gwabin Musa, jefe de defensa de Nigeria, ha reconocido los “enormes” desafíos que enfrenta el ejército y calificó el actual estado de inseguridad en el país como un “shock duro”, pero confía en que las cosas cambien.
En cuanto a las 91 niñas de Chibok que siguen cautivas, el general Musa dice que el ejército no ha perdido la esperanza de que serán rescatadas.
Amina también tiene esperanzas.
Espera convertirse algún día en periodista, ser una voz para las víctimas de secuestro, ser una líder.
También espera que su hija termine sus estudios y tenga un futuro brillante y seguro.
Sobre todo, espera que algún día sus compañeras de clase sean liberadas.
“Lo único que necesito que haga el gobierno es liberar a algunas de mis hermanas que todavía están cautivas. Tengo esa esperanza”, dice.
“Porque si están vivas [hay esperanza], algún día volverán”.
*Su nombre fue cambiado por seguridad.
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