El abuelo Miguel
Eddy Antonio Hernández Peralta
¡Ya levántate, Miguel! Que aquí en el rancho, si no trabajas nomás no comes. ¡Mírate! ¡lávate la cara! Tienes los ojos todos lagañosos. Eso te pasa por dormir tanto. Ni creas que aquí vas a estar flojeando. Por algo te dejó aquí tu madre, creo que te hizo un bien. Con ella no te ibas a convertir en hombre, sino en un señoritingo de ciudad, de esos que siempre andan perfumados, pero que no se bañan, ni son hombres de verdad.
Vente a la mesa para que tomes café y almuerces… Nomás te digo que si no comes algo, al rato te vas a desmayar de hambre.
Allá en la milpa primero se trabaja y luego se come. Andamos trabajando hasta que sea hora de regresar a la casa. Lo mismo aquí, que tu abuela se mata limpiando la casa y haciendo comida, pero como ya vives aquí llegando de la milpa, vas a ayudar en los quehaceres del diario. ¡Ya tu abuela te dirá en qué la ayudas!
Ahorita termina de comer rápido para irnos, todavía falta cinchar la bestia para que nos vayamos y más vale que aprendas cómo se hace, porque de seguro, ¡de seguro! Te vas a ampollar las manos poniendo la silla al caballo o sembrando y limpiando el maizal.
Yo no sé como tu mamá fue tan taruga de dejarte aquí con nosotros. No es que no te quiera, porque sí te quiero, pero aún le tengo coraje a Martha, tu madre, por salir panzona sin casarse y que el hombre los abandonara, como si fueran basura.
Y más coraje le tengo a tu madre por andar de rogona con ese penitente, que la trató con la punta del pie todo el tiempo. ¡Ya apúrate que se nos hace tarde! Desde mañana debes estar despierto antes de las 5 de la mañana, porque saliendo a las 6 de aquí, justito llegamos al cerro para que empecemos antes de que salga el sol, y más que en estos días el calor se siente de la fregada.
¡Anda! Pásame el cincho para ajustar la silla al caballo; pues mira, si no eres tan menso.
Bueno, con que aprendas a vivir como vivimos nosotros, me doy por bien servido.
Mira, para que te vayas acostumbrando, aprende a subirte, primero me subo yo y luego te jalo para que te acomodes en las ancas del caballo. ¡Y no me digas que te duele el fundillo, porque entonces te vas caminando! Y entonces verás que es más fácil ir en el lomo del caballo que caminar.
Para llegar a la milpa primero tenemos que bajar de este cerro y luego cruzar un arroyito, para después volver a subir a medio cerro, ese que ves allá enfrente. Como orita no sabes tarecuar, ni limpiar el terreno, te voy a dejar en el arroyo para que pesques algo y así acompletamos para la comida; tu abuela se esmera, pero ya está viejita y ya no le da tiempo de hacerme una buena comida, como endenantes. Con lo que almorzaba aguantaba hasta que regresaba a la casa. Pero los años no pasan en balde. Hasta yo, ya me canso cuando de regreso, hay que volver a subir al cerro donde vivimos.
¡Hey! Esas frutitas se comen, bájate y corta muchas, te van a gustar; ¡no seas tarugo, con el machete no!
Tienes que aprender muchas cosas, porque no lo quiera Dios, si nos morimos tu abuela y yo, ¿cómo le vas a hacer para tragar? ¡Ni modo que andes de limosnero y pedinche como acostumbra tu madre! Yo no sé por qué me salió así tu madre. Tan bonita y tiernita que era de escuincla. Ya sé que la vida en el campo es dura, pero no era necesario rebajarse tanto como lo hace ella.
Pero, bueno, tu ni tienes la culpa, mira que dejarte como cualquier cosa aquí con nosotros. Sólo quiere andar de cusca y sin responsabillidades.
Anda, busca camaroncitos en el arroyo para que juntemos lumbre y calentemos la comida, para después nos echamos los camarones como botana… El chiste es arrinconarlos hasta que ya no se puedan ir.
Búscate un poco de leña para hacer la lumbre, ya va siendo hora de la comida, ya deja los camarones. Para mañana te enseño a pescar con anzuelo y así nos comemos unos pescados.
¡Ah, que buenas están las tortillitas que nos puso tu abuela! Saben más sabrosas recalentadas, como tochones. Mira, yo sé que estás acostumbrado a otras cosas, las de ciudad, pero ya verás que pronto ni te vas a querer ir a buscar a tu mamá. Mira el sol, el arroyo, los árboles, los pájaros, mariposas, todo… ¿Qué más puedes pedir, sino vivir a gusto entre el monte y la milpa?
Anda, ya va siendo hora de que nos bañemos para irnos fresquecitos a la casa. En un rato, ya va a estar oscuro y tú tienes que descansar para la friega de mañana.
¡Oye! ¿y todavía no vas a la escuela? Porque tampoco quiero criar un burro, ya hay muchos aquí jajaja. No creas, seremos pobres pero no tarugos. Ojalá tu madre siente cabeza algún día y vea que te convertiste en un hombre de bien.
Ya nomás ayúdame a bajar los costales del caballo, lávate otra vez y ayuda en lo que puedas a tu abuela para cenar. Ya mañana será otro día…