Costas de Guerrero, “nido” de ciclones tropicales: investigador de la UNAM
Ciudad de México, 4 oct (Crisol).- Las condiciones atmosféricas y oceanográficas que convergen en las costas de Acapulco, Guerrero y en ese litoral del océano Pacífico, favorecen tanto la formación como la intensificación de ciclones tropicales en esa zona, explicó Alejandro Jaramillo, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
A casi un año del huracán Otis, el ciclón John tocó tierra el pasado 23 de septiembre en las costas de Guerrero alcanzando la categoría 3, dejando a su paso fuertes inundaciones y deslaves, el mar “se comió” playas como Pie de la Cuesta, y afectó a cientos de comercios que viven del turismo, publica este mes la Gaceta de la UNAM.
La presencia de dos huracanes con alto nivel de destrucción en menos de un año ha llevado a la población local a cuestionarse respecto al futuro de la bahía de Santa Lucía y, en general, de las costas de Guerrero.
Cita que desde el pasado 30 de octubre, Benjamín Martínez López, investigador del ICAyCC, advertía sobre la intensificación de este tipo de eventos (https://www.gaceta.unam.mx/otis-fue-un-fenomeno-meteorologico-unico/): “Todo apunta a que la temperatura del mar aumentará aún más, así que parece que sí [se repetirá].
“Al menos en los próximos años estamos en una tendencia al incremento. Podemos esperar que haya más olas de calor en los océanos, que se almacene más energía, y el ingrediente de las temperaturas muy altas está ahí, lo cual favorece la intensificación de los huracanes”.
Alejandro Jaramillo, precisa que John fue un ciclón tropical que se formó asociado a la Zona de Convergencia Intertropical, y se intensificó debido, principalmente, a las aguas cálidas que hay en esa región del Pacífico.
Si bien, detalla Jaramillo, la categoría es una forma de medir qué tan intenso es un ciclón tropical en función de los vientos, algo muy importante, y que se ha enfatizado mucho en el ICAyCC desde hace varios años, es que no solamente el viento es peligroso. Estos sistemas, agrega, independiente de su intensidad, tienen distintos tipos de riesgos asociados a ellos, desde el viento hasta el peligro de la marea de tormenta y la precipitación es un factor muy relevante también a tener en cuenta.
Desde la perspectiva de Alejandro Jaramillo, las lluvias son lo que diferencia a Otis de John, ya que este último presentó una precipitación significativa, que generó severas inundaciones y deslaves en la zona. Acapulco nuevamente sirvió como un claro ejemplo de los riesgos asociados a los ciclones tropicales y no debemos pensar que sólo los eventos de alta intensidad, como Otis, que causó gran destrucción, son peligrosos, subraya.
Un “nido” de huracanes
Es opinión del académico, esa región en particular del Pacífico es como “un nido” donde se originan muchos sistemas que se terminan convirtiendo en ciclones tropicales, debido al incremento de la temperatura en el mar y que, todo apunta, en los próximos años podemos esperar más olas de calor en los océanos.
Otro factor muy importante en esta zona es la presencia de aguas superficiales muy cálidas. “El combustible de los ciclones tropicales es el vapor de agua que viene del océano, por lo que temperaturas más altas en el mar proporcionan una fuente abundante de energía, permitiendo que cualquier ciclón tropical que se forme pueda alimentarse, crecer e intensificarse.
“Es, por así decirlo, una región ciclogénica, en la que se combinan varios factores que favorecen tanto la formación como la intensificación de estos sistemas. Al contar con los mecanismos y condiciones necesarios para la creación y fortalecimiento, aumenta la probabilidad de que impacten en tierra”, argumentó el especialista.
Crecimiento exponencial
A nivel geográfico las cosas tampoco ayudan. Naxhelli Ruiz Rivera, investigadora del Departamento de Geografía Social del Instituto de Geografía, destaca que el sitio de la bahía de Acapulco “tiene un área turística que se conoce como la Zona Dorada, que está rodeada de montañas con grandes pendientes muy urbanizadas.
Cuando se construye sobre ellas, lo que hacemos es evitar que la lluvia pueda penetrar en el subsuelo, y en lugar de infiltrarse escurre hacia abajo. Y con ese escurrimiento tenemos grandes volúmenes de agua que pueden, en muy poco tiempo, llenar las calles y arrastrar rocas, sedimentos y residuos sólidos urbanos, tanto en la pendiente como en las zonas bajas”.
La experta universitaria recalcó que, además, hay que tener en cuenta la manera en que ha aumentado la población del lugar.